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Primate’s Christmas Message 2022
‘The Word was made flesh and dwelt among us’.
THE story of Christmas has been told and retold through the centuries, to countless generations. It is the good news of the birth of the Saviour Jesus Christ, the One who came from God to bring back to God men and women of every age and time – back to the God who is our origin, our life, our hope, and our salvation.
The Nativity of the Lord is at the heart of Christmas. It is the celebration of the fulfillment of an ancient promise made by God and foretold in ages past, long before shepherds and kings would come to Bethlehem, long before Caesar Augustus would decree a census causing Mary and Joseph to make their way to the City of David called Bethlehem.
The story of the birth of the Christ Child to the Blessed Virgin Mary is indeed as startling a revelation as it is a joyful mystery. It is a miracle as all new life is a miracle of God, a holy event. As the Gospels record, this was no ordinary human birth. This was a birth that so changed the course of human history that it stands at the very centre of human civilization, culture, and history. The Nativity of Jesus Christ ushers in the time of our salvation, calling humanity out of darkness and sin into His redeeming light.
As Christians we are not immune from the realities of life; but as Christians we know the joy and hope this Season brings. The joy which is unique to those who know Jesus and believe on His promises. The hope which comes from His comforting words, “Be not anxious, I am with you always. Believe in God, believe in Me. Let not your hearts be troubled.”
We have all been following the news over the past few months. There is certainly little joy in the face of Russia’s war against the people of Ukraine. There is little comfort in the shootings, the killings, the injustices, the economic want, which continue in our world. The ‘tidings of great joy’ seem to have fallen on deaf ears. Yet once again we join our brethren across the world in the celebration of the birth of the One who is the Prince of Peace. The Lord knows we need His peace, but the world has not yet grasped that fact. And so, it is not surprising that we struggle to rejoice at this time; we struggle to find peace of mind and heart as we face the realities of our times. But it is precisely in the face of these realities that in faith we are able to rejoice, that we are able to hold on to hope and joy, and so celebrate the birth of the Christ Child, the Lord of glory.
The Seasons of Advent and Christmas are about renewing our relationship with God, and making a path in our hearts for His coming among us. Part of that renewal includes our questions, our pain, our sadness, our hurt; for all have a place in the life of faith. Belief does not preclude bewilderment, sorrow or doubt. But neither does our pain, our questions, our sadness preclude joy – true joy, the joy of Christ’s presence in our lives. With every question we ask, with every emotion we feel, with the thoughts that go through our minds as we watch the nightly news, we can still open our hearts to God, sometimes in doubt, sometimes in fear, sometimes in sorrow, but always, always with faith.
Christmas unites us once again to the Word who came down from heaven and dwelt among us. For Christmas is not just an historical event recorded for us in the stories of the Gospel; nor pretty pictures on Christmas cards or beautiful carols sung in church. Christmas is the celebration of the union of God with man for the redemption of the world. And therein is the truth of this Holy Season – that the eternal Word of God, born in a manger, born in time yet present from all eternity, is born again and lives on in every heart and every soul which receives Him as Lord and Saviour.
A very joyous and blessed Christmas to you all!
The Most Reverend Shane B. Janzen
Primate of the Traditional Anglican Church
Mensaje del Primado para Navidad 2022
‘El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros’.
LA historia de la Navidad se ha contado una y otra vez a lo largo de los siglos, a innumerables generaciones. Es la buena noticia del nacimiento del Salvador Jesucristo, Aquel que vino de Dios para traer de vuelta a Dios a los hombres y mujeres de todas las edades y tiempos, de vuelta al Dios que es nuestro origen, nuestra vida, nuestra esperanza y nuestra salvación.
La Natividad del Señor está en el corazón de la Navidad. Es la celebración del cumplimiento de una antigua promesa hecha por Dios y predicha en épocas pasadas, mucho antes de que vinieran pastores y reyes a Belén, mucho antes de que César Augusto decretara un censo que hiciera que María y José se dirigieran a la Ciudad de David, llamada Belén.
La historia del nacimiento del Niño Jesús a la Santísima Virgen María es una revelación tan sorprendente como un misterio gozoso. Es un milagro como toda nueva vida es un milagro de Dios, un acontecimiento santo. Como registran los Evangelios, este no fue un nacimiento humano ordinario. Este fue un nacimiento que cambió tanto el curso de la historia humana que se encuentra en el centro mismo de la civilización, la cultura y la historia humana. La Natividad de Jesucristo marca el comienzo del tiempo de nuestra salvación, llamando a la humanidad a salir de las tinieblas y el pecado hacia Su luz redentora.
Como cristianos no somos inmunes a las realidades de la vida; pero como cristianos conocemos la alegría y la esperanza que trae esta Temporada. La alegría que es única para aquellos que conocen a Jesús y creen en sus promesas. La esperanza que proviene de Sus palabras de consuelo: “No os angustiéis, Yo estoy con vosotros siempre. Cree en Dios, cree en Mí. No se turbe vuestro corazón.”
Todos hemos estado siguiendo las noticias en los últimos meses. Ciertamente hay poca alegría ante la guerra de Rusia contra el pueblo de Ucrania. Hay poco consuelo en los tiroteos, los asesinatos, las injusticias, la necesidad económica, que continúan en nuestro mundo. Las ‘nuevas de gran gozo’ parecen haber caído en oídos sordos. Sin embargo, una vez más nos unimos a nuestros hermanos de todo el mundo en la celebración del nacimiento de Aquel que es el Príncipe de la Paz. El Señor sabe que necesitamos Su paz, pero el mundo aún no ha comprendido ese hecho. Y así, no es de extrañar que luchemos por regocijarnos en este momento; luchamos por encontrar paz mental y de corazón al enfrentar las realidades de nuestro tiempo. Pero es precisamente ante estas realidades que en la fe podemos alegrarnos, que podemos aferrarnos a la esperanza y al gozo, y así celebrar el nacimiento del Niño Jesús, el Señor de la gloria.
Las temporadas de Adviento y Navidad se tratan de renovar nuestra relación con Dios y abrir un camino en nuestros corazones para Su venida entre nosotros. Parte de esa renovación incluye nuestras preguntas, nuestro daño, nuestra tristeza, nuestro dolor; porque todos ellos tienen un lugar en la vida de fe. La creencia no excluye el desconcierto, la tristeza o la duda. Pero tampoco nuestro dolor, nuestras preguntas, nuestra tristeza excluyen la alegría, la verdadera alegría, la alegría de la presencia de Cristo en nuestras vidas. Con cada pregunta que hacemos, con cada emoción que sentimos, con los pensamientos que pasan por nuestra mente mientras miramos las noticias de la noche, todavía podemos abrir nuestro corazón a Dios, a veces con dudas, a veces con miedo, a veces con tristeza, pero siempre , siempre con fe.
La Navidad nos une una vez más al Verbo que descendió del cielo y habitó entre nosotros. Porque la Navidad no es sólo un acontecimiento histórico registrado para nosotros en los relatos del Evangelio; ni imágenes bonitas en tarjetas de Navidad o hermosos villancicos cantados en la iglesia. La Navidad es la celebración de la unión de Dios con el hombre para la redención del mundo. Y ahí está la verdad de esta Temporada Santa: que el Verbo eterna de Dios, nacida en un pesebre, nacida en el tiempo pero presente desde toda la eternidad, nace de nuevo y vive en cada corazón y cada alma que lo recibe como Señor y Salvador.
¡Una Navidad muy feliz y bendecida para todos ustedes!
El Reverendísimo Shane B. Janzen
Primado de la Iglesia Anglicana Tradicional